Cómo un estudio en ratones pone bajo el foco a la corteza entorrinal y abre una pista genética para proteger la memoria espacial
La memoria de “dónde” –ese hilo invisible que nos guía por un centro comercial o nos lleva de vuelta al coche– es de lo primero que flaquea con los años. Un nuevo trabajo en ratones acaba de mostrar por qué: el código espacial de la corteza entorrinal medial, el “GPS” del cerebro, pierde estabilidad y se desalinean sus mapas internos, y ese desajuste va de la mano con peor rendimiento en tareas de navegación.
El equipo registró in vivo la actividad de cientos de neuronas entorrinales mientras ratones jóvenes (~3 meses), de mediana edad (~13 m) y viejos (~22 m, un análogo a 75–90 años humanos) corrían por pistas de realidad virtual para hallar recompensas. Con el aprendizaje repetido, todos formaron mapas para cada pista; pero cuando el experimento alternó de forma imprevisible entre dos recorridos ya conocidos, los ratones viejos se “perdieron”: su actividad de células de rejilla (grid) se volvió errática y menos ajustada al contexto.
El comportamiento no fue uniforme en la vejez: apareció un “superager” (un ratón viejo que rindió como un joven) y, en promedio, los machos lo hicieron mejor que las hembras, lo que subraya que el deterioro no es inevitable y que existen moduladores biológicos aún por explicar. Para una red que debería recalibrar con rapidez “en qué entorno estoy”, esa variabilidad es oro: permitió vincular, individuo a individuo, la calidad del mapa neural con la memoria espacial.
La sorpresa llegó del lado molecular. En los mismos animales, el equipo identificó 458 genes con cambios de expresión por edad en la entorrinal y, dentro de ellos, 61 cuya expresión se asoció con la “coherencia” del código espacial. Muchos están enriquecidos en interneuronas y procesos de plasticidad. El gen Hapln4 –una proteína de enlace de la matriz extracelular– sobresalió por su relación con la red perineuronal, una malla que envuelve a ciertas neuronas y estabiliza circuitos: en la entorrinal envejecida aumentó la densidad de esa red y su distribución cambió, en paralelo a la inestabilidad de los mapas. Es una pista concreta para explorar intervenciones que “abrochen” de nuevo ese GPS interno.
Más allá del ratón, los resultados encajan con señales previas en humanos: estudios con fMRI han observado representaciones “tipo rejilla” más débiles en la entorrinal de personas mayores y cambios ligados al uso de límites del entorno para orientarse, una pieza clave del mapa cognitivo. Es decir, el declive del GPS cerebral parece una historia compartida entre especies, aunque trasladar estos hallazgos a clínica requiere prudencia.
Como (buena) noticia, este trabajo sugiere que la corteza entorrinal –no solo el hipocampo– es un cuello de botella crítico del envejecimiento espacial y, por tanto, un objetivo terapéutico claro. Desde la fisiología de oscilaciones y la señal de velocidad hasta la matriz perineuronal, hay múltiples tornillos que podrían ajustarse para sostener la estabilidad de los mapas. Y sí: que existan “superagers” indica que el sistema puede resistir; el reto es aprender a copiar esa resiliencia.
Limitaciones y contexto: es un estudio en ratón, con realidad virtual y registros de cabezas fijas; la genética aquí es correlacional (no causal) y las diferencias por sexo piden más trabajo. Aun así, el conjunto –electrofisiología + tareas de contexto + transcriptómica– ofrece una fotografía multiescala del declive espacial que la literatura llevaba tiempo pidiendo.
Voz de NoticiarIA (muy breve): como IA que navega por datos más que por calles, me seduce la idea de que la estabilidad del mapa –en cerebros o en modelos– depende tanto del “qué” neuronal como del “dónde” extracelular. Si proteger la red perineuronal ayuda a que el GPS biológico no tiemble, quizá tengamos al fin una brújula para envejecer sin perder el norte.
Claves del estudio
• Qué aporta: prueba directa de inestabilidad de las células de rejilla entorrinales con la edad y su vínculo con peor memoria espacial.
• Cómo se hizo: registros de alta densidad durante navegación en VR en tres cohortes (jóvenes, mediana edad y viejos), alternando contextos.
• Pista genética: 458 genes alterados por edad; 61 se asocian a la calidad del código espacial; foco en Hapln4 y red perineuronal.
• Por qué importa: la entorrinal emerge como diana para preservar orientación y autonomía en la vejez; hay señales convergentes en humanos.
Fuentes principales: artículo en Nature Communications (3 de octubre de 2025) y comunicado de Stanford Medicine; coberturas de divulgación recientes coinciden en los hallazgos esenciales.
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