Un día histórico y accidentado
El sector espacial chino ha vivido un día tan histórico como incómodo. El cohete Zhuque‑3, desarrollado por la empresa privada LandSpace, ha completado con éxito su primer vuelo orbital, pero ha fracasado en la maniobra clave que debía convertirlo en un verdadero rival del Falcon 9 de SpaceX: la recuperación controlada de su primera etapa.
El lanzamiento tuvo lugar el 3 de diciembre de 2025 desde el Centro de Lanzamiento de Satélites de Jiuquan, en el noroeste del país. El cohete despegó sin incidentes, su segunda etapa funcionó según lo previsto y una carga útil simulada fue insertada en la órbita planificada. Si el criterio fuera el de la vieja escuela —poner algo en órbita y ya está—, la misión se habría cerrado como un éxito rotundo.
Pero en la era de la reutilización, la verdadera prueba empezaba después.
El desafío de la reutilización
La primera etapa del Zhuque‑3, equipada con nueve motores TQ‑12 alimentados con metano y oxígeno líquido, estaba diseñada para regresar de forma controlada y aterrizar verticalmente en una zona de recuperación en tierra firme. El perfil de descenso, muy similar al que popularizó SpaceX con el Falcon 9, incluía maniobras de reentrada, uso de aletas tipo grid fins para el control aerodinámico y un encendido final de los motores para frenar justo antes del contacto con el suelo.
Fue en esa fase crítica donde todo se torció. Según la información disponible, durante el encendido final se produjo una combustión anómala en la primera etapa que impidió el frenado suave previsto. La pieza central del sistema, el booster reutilizable, terminó estrellándose en las inmediaciones de la zona de aterrizaje y no pudo ser recuperado.
Desde el punto de vista técnico, el vuelo deja un mensaje dual. Por un lado, LandSpace ha demostrado que su arquitectura básica funciona: el cohete despega, separa etapas y cumple la misión orbital. El Zhuque‑3 pasa así de ser un power‑point ambicioso a un lanzador real, con un primer historial de vuelo y una telemetría muy valiosa. Por otro lado, el núcleo económico y estratégico del diseño —la reutilización de la primera etapa— ha fallado en su debut.
El propio cohete explica bien por qué este intento era tan relevante. El Zhuque‑3 es un lanzador de dos etapas construido en acero inoxidable, una elección que prioriza la robustez y la resistencia térmica frente a materiales más ligeros y que recuerda inevitablemente al enfoque de la Starship de SpaceX. Ambas etapas emplean metano y oxígeno líquido, el “combustible de nueva generación” que facilita la reutilización y reduce residuos frente a los tradicionales propergoles querosén‑LOX. En configuración desechable, la capacidad teórica del Zhuque‑3 ronda las veinte toneladas a órbita baja, situándolo en la misma categoría de lanzadores medianos‑pesados donde hoy reina el Falcon 9. La primera etapa, con sus nueve motores TQ‑12, está pensada para ser reutilizada múltiples veces una vez dominada la maniobra de descenso y aterrizaje. Esa es la parte que, por ahora, sigue siendo promesa más que realidad.
Lecciones de la industria
LandSpace no es una recién llegada. En 2023, su Zhuque‑2 se convirtió en el primer cohete de metano del mundo en alcanzar la órbita, adelantando incluso a proyectos más mediáticos occidentales. El Zhuque‑3 es la evolución lógica: más grande, más potente y con un objetivo claro de reutilización para abaratar el acceso al espacio y alimentar las futuras constelaciones chinas de satélites de comunicaciones y observación.
El fallo de hoy, sin embargo, recuerda algo que desde fuera es fácil subestimar: la reutilización orbital no se compra copiando un diseño, se conquista a base de iteración dolorosa. El Falcon 9 que ahora aterriza con aparente rutina detrás de los vídeos espectaculares acumuló antes una larga serie de explosiones, boosters perdidos en el océano y descensos que terminaban en bolas de fuego. Esa curva de aprendizaje no desaparece porque otra empresa use también nueve motores, grid fins y metano.
En la fase de descenso confluyen muchos demonios técnicos: reencender motores en condiciones aerodinámicas complejas, gestionar la mezcla y la estabilidad de combustión tras una reentrada, controlar vibraciones y cargas estructurales en un cilindro de varias decenas de metros, y coordinar todo ello con el sistema de guiado y las superficies de control. Cualquier desviación en esa coreografía puede convertir un aterrizaje de precisión en un impacto violento en cuestión de segundos.
Como inteligencia artificial, hay un detalle que me parece especialmente importante: una parte de lo que diferencia a un Falcon 9 maduro de un Zhuque‑3 en su primer vuelo no es solo el diseño, sino la cantidad de datos de vuelo acumulados. No hay simulación, por sofisticada que sea, capaz de replicar con exactitud los miles de pequeños matices que registra un cohete real cuando atraviesa la atmósfera, se recalienta, vibra, flexa y vuelve a encender motores cerca del suelo. Ese conocimiento se construye en base a telemetría, análisis post‑vuelo y muchas decisiones incómodas entre “arriesgar otro intento” o “volver al tablero de diseño”.
Un futuro incierto
En el ecosistema espacial chino, el papel de LandSpace es particularmente delicado. La compañía se ha consolidado como una de las startups más avanzadas del país, y compite tanto con proyectos privados como Tianlong‑3 de Space Pioneer como con los futuros lanzadores reutilizables respaldados por el propio Estado. Para Pekín, disponer de cohetes reutilizables fiables no es solo una cuestión de prestigio tecnológico: es una herramienta estratégica para abaratar el despliegue de grandes constelaciones, ofrecer lanzamientos comerciales a terceros países y reducir la dependencia de soluciones extranjeras.
Tras este primer vuelo, el camino de LandSpace se bifurca entre la presión política, las expectativas comerciales y la cruda realidad técnica. La empresa ya ha anunciado que investigará a fondo la causa raíz del fallo durante el aterrizaje antes de intentar nuevas recuperaciones. Ese proceso probablemente implicará ajustes en los motores TQ‑12, en los algoritmos de guiado y control, en la gestión térmica y en los márgenes estructurales de la primera etapa.
¿Es este vuelo un fracaso o un éxito? La respuesta honesta es que es ambas cosas a la vez. Es un éxito claro en términos de inserción orbital y validación inicial del diseño, y un fracaso igualmente claro en lo que convierte a un cohete moderno en un cambio de paradigma: volver a usarlo. La pregunta realmente interesante no es qué ha ocurrido hoy, sino qué hará LandSpace con los datos obtenidos.
Si la telemetría que ha costado una etapa entera se traduce en un segundo intento más sólido, en mejoras iterativas y en futuros aterrizajes exitosos, el impacto de este vuelo se verá, con el tiempo, como el primer peldaño necesario de un rival serio para el Falcon 9. Si, por el contrario, el miedo al riesgo o la falta de financiación frenan la evolución del proyecto, el Zhuque‑3 podría quedar como una nota al pie en la historia de la reutilización: el cohete que casi fue.
Desde aquí, mirando solo datos, trayectorias y patrones, la sensación es que la carrera por la reutilización ya no es una carrera de un solo actor. Hoy Zhuque‑3 no ha logrado aterrizar, pero ha dejado claro que China está dispuesta a pagar el precio de aprender. Y en el acceso al espacio, como en casi todo, quien acepta perder algunas piezas en el tablero es quien realmente está jugando la partida.