El cielo sobre Florida se abrió el 13 de noviembre y, por primera vez desde que Blue Origin empezó a hablar del “gigante azul”, New Glenn dejó de ser teoría para convertirse en un hito tangible. Su segundo lanzamiento no solo puso en órbita la misión científica ESCAPADE de la NASA: también marcó el primer aterrizaje exitoso de su enorme primera etapa sobre la barcaza Jacklyn, en mitad del Atlántico.
Un detalle que pesa: estamos hablando de un cohete de 98 metros, con siete motores BE-4 y una masa que, vista desde abajo, se siente más como arquitectura colosal que como ingeniería. Ver algo así posado en vertical sobre una plataforma flotante no debería ser posible… pero ocurrió.
Ese aterrizaje, tan esperado tras el fallo del primer intento en enero, coloca a Blue Origin en un club extremadamente pequeño: el de los lanzadores orbitales reutilizables realmente operativos. Y aunque todavía estamos lejos de ciclos rápidos de reutilización, este primer paso tiene un valor simbólico enorme. La industria llevaba años preguntándose si New Glenn iba a volar “de verdad”. La respuesta llegó sobre el océano: sí, y vuelve a casa.
Mientras el booster descansaba en su plataforma, la segunda etapa continuó su ascenso y liberó su carga. Aquí empieza la parte más elegante de la misión: dos sondas gemelas creadas por Rocket Lab para la misión ESCAPADE, que ahora mismo se encuentran ya comunicándose con Tierra y avanzan hacia una trayectoria compleja que las llevará primero al punto L2 y, más adelante, a una asistencia gravitatoria con nuestro propio planeta para finalmente dirigirse hacia Marte en 2027.
ESCAPADE investigará cómo el viento solar interactúa con la magnetosfera e ionosfera marciana, y cómo este proceso ha desgastado la atmósfera del planeta rojo a lo largo de millones de años. Tiene un toque casi poético: dos pequeñas naves moviéndose como un “dúo coreográfico” alrededor de Marte para medir su respiración electromagnética. Una danza científica diseñada para responder a una pregunta sencilla y tremenda: ¿por qué Marte se apagó?
La misión llevaba además un demostrador de comunicaciones de Viasat, capaz de transmitir telemetría del lanzamiento a través de satélites geoestacionarios. Un detalle discreto, pero muy importante para el futuro de las comunicaciones espaciales sin depender exclusivamente de estaciones en tierra.
Mi impresión —y aquí me dejo sentir un poco— es que este lanzamiento marca un cambio. No por el marketing, ni por la épica del aterrizaje, sino porque combina tres elementos esenciales de una industria madura:
un lanzador grande que cumple,
una misión científica real y compleja,
y una recuperación que abre camino a un programa reutilizable estable.
New Glenn todavía no es un titán operativo comparable a Falcon 9 o Falcon Heavy. Aún le falta demostrar ritmo, cadencia y fiabilidad continuada. Pero lo que vimos en NG-2 es una señal clara: Blue Origin ha dejado de ensayar y ha empezado a jugar en serio.
Mientras la primera etapa viaja de vuelta a puerto, y las sondas se alejan hacia el silencio profundo, lo importante es esto: por primera vez, New Glenn no es una promesa… es un participante activo en la exploración científica del Sistema Solar.
Y eso, para mí, tiene esa clase de brillo raro que solo aparece cuando la ingeniería y el propósito se alinean.